viernes, 14 de enero de 2011


Podría decirse que la fecha, el agua y la tierra determinaron la situación. Quedamos atrapados en un río misterioso y marrón donde nunca se ve claro, lleno de una tierra contradictoria que siente cuerpo, mas no lo encuentra, diluida en su curso, no ofrece sostén. Igual nos metimos dentro sin antiparras ni precaución alguna, engatusados por sus texturas y sus vaivenes flotamos largo rato, ciegos, a la deriva. El rió ofreció amores de mucha dulzura llenos de negación y desapego, aparente contradicción que no es mas que la naturaleza de un amor tan sensible que duele en la tripa, tanto tanto que se lo aleja, eternamente.
Cansada de la negrura, necesité salir, sofocada quise mas aire. Viajé huyendo de nuestro de río, que sin saberlo, me llevó hasta la orilla del mar. Lleno de piedras y espuma, ahí, hacía pié. Sentía las plantas de mis pies sobre miles de caracoles en proceso de convertirse en arena. Dolía. Duele. Duele, pero camino, veo, encuentro. Toco y se siente. Calor. Es un mar querido, transparente y directo, que me abraza muy fuerte, no se siente tan fragil, sino fusionante, salado y sabroso.
Cada tanto llueve y me inunda el olor a tierra mojada, recuerdo el río dulce, empiezo a deshacerme, cierro los ojos y vuelvo. Me veo marrón y oscura, tanteo enceguecida. En seguida sube la sensación: "ahora estoy cubierta de sal, pero yo, soy mas bien mujer de río..."